martes, 7 de febrero de 2012

El juego del miedo

(Este texto fue escrito dos días antes de que Movadef renunciara a su pretensión de ser partido político; sin embargo, creo que el análisis sigue siendo válido, pues las tácticas y los intereses aquí descritos siguen vigentes)

Cuando niños inventamos un juego nocturno, apagábamos las luces de un rincón de la casa y luego imaginábamos que allí habitaba algún tipo de criatura maligna y sobrenatural, el juego consistía en acercarse lo más posible al rincón donde habitaba el monstruo ficticio, mientras los demás manifestaban su terror al principio imaginario; después de unos cuantos segundos el terror era real, y el monstruo, aún cuando lo sabíamos supuesto, era por completo terrorífico.

El juego convertía lo imaginario en real, y lo preconcebido, elaborado y planificado en irracional e incontrolable, luego de unos minutos de jugarlo en realidad ya no tenía importancia si el monstruo existía o no, porque el miedo estaba instalado y enseñoreado como la emoción dominante; si el monstruo hubiese podido verlo, se habría sentido realizado.

En estas últimas semanas he visto otra vez jugar al miedo, y aunque de modo mucho más extendido y con variantes importantes, en esencia es el mismo juego: Un grupo de gente advierte sobre la existencia de un monstruo sobrenatural, buscando crear miedo incontrolable; otro grupo pretende sentir terror en grado extremo, manifestado como náusea e indignación; y un tercer actor juega a ser el monstruo. En principio todo es imaginario, los que advierten de los peligros al acecho tienen otros motivos para crear miedo, no la creencia en los poderes del monstruo; los que dicen estar asqueados posiblemente lo estén (no todos) mientras otros calculan cuán rentable puede ser asumir una posición semejante ahora; entretanto el monstruo, que se sabe escuálido, falso, pobre de argumentos, se regodea con el miedo que produce, ayudado por estos otros jugadores, con los que, curiosamente tiene coincidencias en sus objetivos, finalmente todos ellos harán usufructo del miedo instalado y enseñoreado como emoción dominante.

El monstruo se llama Movadef, y como al del juego de infancia que relaté al principio, se le podría espantar encendiendo la luz, conociendo el terreno, pensando; además, discutiendo, desnudando su pobreza de argumentos, mostrando sus contradicciones ideológicas y sus flaquezas morales; pero hasta el momento se está jugando al miedo, no se quiere encender la luz porque las cosas se verían como son, y eso no es conveniente para algunos.

Rechazar la inscripción de Movadef como partido político aún cuando reúna los requisitos formales es continuar el juego del miedo, es mantener la oscuridad; si finalmente ese rechazo -y subrayo: aún si reúne los requisitos formales- se hace definitivo no habrá manera de parar el juego, el monstruo dirá en su lenguaje que se le empujó a seguirlo siendo, los aterrorizados, ahora sí tendrán una razón para estarlo, y los que advierten hoy de los terribles poderes que el monstruo aún no tiene, utilizarán el miedo enseñoreado para recomendar (otra vez) medidas extremas contra el terror que contribuyeron a recrear.

Paremos el juego, Movadef no es un monstruo, si reúne los requisitos legales debe ser aceptado como partido político, no se deben crear leyes expresas para impedir su inscripción; la lucha contra ellos deberá ser política e ideológica, no legal y formal; ¿o es que, buena es democracia, pero no tanto?

Leonel Fuentes Avila

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